En el noroeste del Pacífico, sobre la costa estadounidense, frondosos musgos cubren los troncos de los árboles. Desde hace siglos, los musgos aportan un delicado equilibrio en el ecosistema al retener la humedad del suelo y representar un refugio para los pequeños invertebrados. Existen claros, sin embargo, donde en los troncos ya no existe esta planta: la recolección indiscriminada de musgo encuentra su mercado en el comercio multimillonario de floricultura.
La ecologista Nalini Nadkarni primero escuchó de la práctica a finales de los años 1990. Inmediatamente se preocupó, porque, como demostraría en 2001, los musgos no crecen de nuevo fácilmente una vez que ya han sido removidos y no son reemplazados por otro tipo de flora durante años. La recolección de musgos que estaba sucediendo, además de ser principalmente no controlada, no era sustentable.
Nadkarni pensó, entonces, en cultivar musgo, pero sencillamente no tenía el tiempo para hacerlo. Hasta que se le ocurrió que podría obtener ayuda de una fuente poco común: los presos de la correccional estatal. Sin un acceso a la naturaleza, los internos podrían disfrutar y beneficiarse del trabajo con musgos; además, tenían mucho tiempo en sus manos. En 2004, después de visitar dos prisiones, que pensaron que estaba loca, Cedar Creek Corrections Center, una prisión de seguridad mínima en Littlerock, se ofreció a darle una oportunidad a la idea. Después de unos meses, un grupo de presos seleccionado ya estaba cultivando musgos.
Casi una década después, las semillas que Nadkarni y Cedar Creek Corrections Center plantaron se han convertido en un pujante ecosistema de proyectos de ciencia en prisiones a lo largo del estado de Washington, formando alianzas entre científicos y un público inusual.
Fuente:
The Scientist (2013). Science on Lockdown.